Atrás dejamos el año nuevo tailandés: el Songhkram, donde festejan cuatro días en templos y calles arrojándose agua, para pasar al año nuevo camboyano: el año nuevo Khmer. Dos años nuevos en dos días. Con la rareza occidental de que te auguren feliz año nuevo en pleno abril comenzamos a vivir Siem Reap, la perla camboyana.
Vayamos en orden, llegamos al aeropuerto donde después de completar los formularios necesarios para entrar al país y hacer la
visa en el momento nos esperaba un tuc tuc, cortesía del hotel. Diez kilómetros separan el aeropuerto del
Royal Crown Hotel and Spa donde el paisaje es similar al de un balneario: calles de arena, algunos locales sencillos y muchos carteles promocionando las cervezas locales: Angkor y Anchor.
En el hotel nos esperaron con paños húmedos para limpiarnos las manos y la cara. La gente del hotel se esforzaba en todo momento por decirnos frases en español. Pensamos que sólo en Tailandia tenían la sonrisa dibujada. Aquí también. Al ser la cuarta ciudad ya estábamos en condiciones de diferenciar asiáticos por nacionalidades según rasgos físicos. Al principio parecen todos parecidos pero no es tan así.
Después de acomodarnos en la habitación salimos a dar una vuelta en busca de comida. Como era de esperar la zona que rodea al mercado antiguo está llena de restaurantes para todos los bolsillos. Lo curioso es que los restaurantes económicos están en una vereda y los más “sofisticados” (por lo menos en su fachada y decoración) están en la vereda de enfrente.
Nos decidimos por la vereda de los «caros»: Amok, un restaurante que nos recomendaron en el hotel. El arroz con pollo y los fideos de arroz con frutos de mar superaron nuestras expectativas.
Nos llamaron la atención los precios de la ciudad camboyana. Primero, no utilizan la moneda local, el riel, sólo hablan y negocian en dólares. Obviamente, al momento de pagar se puede hacer con moneda local. Los precios de todo lo que no tenga cartel varían según la cara del cliente y la época del año. Nos pasó de llevar a lavar la ropa y que nos quisieran cobrar el doble argumentando que era año nuevo. Vivos hay en todos lados…
Como ya era tarde para ir a los templos (abren de 5.30am a 17.30hs) decidimos relajarnos en la pileta del hotel, sabiendo que al otro día teníamos que madrugar para aprovechar al máximo la perla camboyana y principal motor económico de la ciudad. Después de refrescarnos dimos unas vueltas por el mercado antiguo, Pub street, la calle de referencia para los festejos y la movida nocturna en Siem Reap. Comimos algo ligero ya que el calor limita las ganas de comer y el aire acondicionado aquí es una rareza.
El día clave del viaje había llegado, nos levantamos 6am, desayunamos rico y variado y fuimos al lavadero que estaba frente al hotel donde además alquilaban bicicletas. Dos dólares por bici, algunas recomendaciones de la dueña del lavadero y listo. Mapa en mano empezamos la travesía, había que pasar dos puentes y doblar a la izquierda para meternos en la avenida De Gaulle.
Lo curioso es que las entradas para ingresar al parque arqueológico se compran 3 kilómetros antes de llegar a la puerta de Angkor. Entonces hay policías que están al costado del camino que te avisan para que no llegues a las puertas de Angkor sin tu entrada. El pase de tres días nos costó 40 dólares. Intenté mostrar mi credencial de periodista para zafar y no tuve la misma suerte que en el Museo de historia militar de Hanoi, Vietnam. A pagar se ha dicho.
Pasadas las 8am y con bastante calor llegamos a la puerta de Angkor Wat (ciudad del templo en idioma jemer), dejamos las bicis con candados en un poste y empezamos a vivir la postal, patrimonio de la humanidad desde 1992. Había muchos camboyanos debido a los festejos de año nuevo, algo poco usual el resto de los días del año.
Nos escucharon hablar en español y se acercaron los guías que están al acecho. Nos convenció uno que hablaba bastante bien castellano, nos mostró detalles que se nos hubiesen pasado por alto y nos cobró la módica suma de 15 dólares por una hora y media de recorrido, siempre aclarando que él hacía la guía sólo por Angkor Wat. Lo llamativo fue el recurso del teléfono celular para mostrarnos como era Angkor cuando se terminó de construir y ahora.
Después de contemplar los templos y la selva camboyana desde lo alto del templo de Angkor, cruzamos los dedos y fuimos a buscar las bicis. Estaban donde las dejamos. Es complicado dejar de lado todo lo que traemos de la ciudad de la furia (los pro y los contra).
Ya cerca del mediodía la zona de los templos estaba con mucha concurrencia. El próximo destino: el complejo de Bayón, el lugar de las 200 cabezas sonrientes queda a 1.5 kilómetros de Angkor Wat y nos habían advertido que quizás teníamos que ir a pie. Por suerte no fue así, el calor era agobiante. Por suerte abundaban los puestos que vendían agua mineral.
Bayón, lugar de culto de la antigua ciudad de Angkor Thom y construído cien años después de Angkor Wat, es visita obligada si vienen al sudeste asiático. Al igual que en Machu Picchu surge la misma pregunta: Cómo hicieron para trasladar semejantes rocas y darles forma? Sin caer en teorías sobre platos voladores (teorías envolventes y tentadoras) nos explicaron que miles de personas fueron necesarias para el traslado de estas enormes piezas. La que seguimos sin entender es la parte de los artesanos. Si a nosotros se nos complicaba con el taller de plástica de la escuela primaria…
Agotados y felices decidimos que lo mejor era ir a descansar al hotel. Claro que teníamos que volver en bicicleta y la cantidad de gente era tal que había calles cerradas y policías de tránsito por todas partes. Imaginate ir por una avenida y que haya autos, motos y personas en contramano, eso.
Había tanta cantidad de personas por el año nuevo camboyano que había calles cerradas. En síntesis, el mapa que teníamos ya no servía. Si a esto le sumamos el cansancio de la bicicleteada, el calor y el hambre podemos decir que la vuelta se nos complicó. Que bueno que le preguntamos a un vendedor ambulante que nos indicó un camino alternativo para llegar al centro de Siem Reap. Todo a cambio de latas de coca cola bien frías (y el doble de caras que en cualquier otro lugar). Cuando pensamos que faltaba poco nos volvimos a perder. Encontramos un par de policías que al no saber inglés y dándose cuenta de lo perdidos que estábamos se nos rieron en la cara. El panorama no era muy alentador. Pedaleamos media hora más por una ruta donde sólo había vegetación a los costados que se fue transformando en una especie de avenida. Recostado sobre la sombra había un policía que supo decirnos que yendo derecho íbamos a llegar…
Después de tanto andar por fin llegamos al hotel! La pileta reparadora, algo rico para comer y a seguir girando.
El día siguiente fue para descansar, la pedaleada y el calor nos habían liquidado. Claro que antes de ir a dormir fuimos a Pub Street a ver los festejos de año nuevo: un escenario con artistas locales, la calle repleta de gente, puestos de comida callejera, cámaras de televisión y géneros musicales que desafío a googlear.
El último día en Siem Reap y el segundo en los templos cambiamos la manera de trasladarnos a Ta Prohm, las ruinas que aparecen en la película Tomb Raider. Desayunamos muy temprano y fuimos a la puerta del hotel para negociar con el tuc tuctuquero que nos llevaría a las ruinas. Doce dólares ida y vuelta más la espera fue un buen negocio.
Con menos glamour que Angelina Jolie llegamos a las ruinas donde los árboles y sus raíces son los protagonistas donde literalmente atraviesan las construcciones. Lo que fue un importante monasterio budista ahora está fusionado con la selva donde se mezclan arquitectura, historia y naturaleza. Antes de ingresar hay carteles que recomiendan no tocar a los monjes, no sacarles fotos, no tocar a los monos, etc. Algo que parece exagerado. Hace pocos días detuvieron a un argentino y a un italiano por tomarse fotos desnudos en Bayón. Además, con fotos de antes y después muestran como gracias a la entrada que cobran pueden mantener estos lugares emblemáticos.
The Grey fue el restaurante elegido para la última noche: exquisito cocodrilo a la parrilla y cerdo con vegetales. Aunque nos quedamos con el Lok lak, típico plato camboyano a base de carne marinada que comimos la noche anterior en una verdadera tapera pintada toda de rojo (nos dolían los ojos). Prueba de que no siempre lo más caro es lo mejor.
Con la nostalgia de la despedida y la ansiedad de conocer las
playas tailandesas le dijimos hasta pronto a Siem Reap.