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Comer en Tokio: lo bello y lo efímero – parte II

Comer en Tokio: lo bello y lo efímero – parte II

La segunda parte del tour se centra en el barrio de Kichijoji, al oeste de Tokio, donde nos metimos dentro de un local de galletas de arroz detenido en el tiempo, y después probamos el famoso pez globo, uno de los diez animales más venenosos del mundo.

Kichijoji es un barrio al oeste de Tokio conocido por tener el museo de animé más importante del planeta: el Ghibli, aunque muy cerca de la estación tiene quizás una de sus perlas más ocultas: un local de galletas artesanales de arroz, un viaje en el tiempo al Tokio de fines de la década del 50.

Las galletas más artesanales de Japón

Dentro del local el calor del horno es sofocante, y Yukiko, su dueña -que tiene 62 años y parece de 40-, dice que en verano es necesario salir a tomar aire e hidratarse con varios litros de té verde. En la parte de adelante se vende y atrás se fabrica, todo se comercializa por peso y la balanza de varias décadas, firme como una señora bien arreglada brilla por todos lados. Los frascos de vidrio conviven con muebles de madera de un marrón oscuro y cajas floreadas de colores pastel.

En la parte donde se cocina y a un volumen bajo se escucha un partido de baseball en una televisión que desentona con el Japón ultramoderno, es vieja y los colores son pálidos. Al igual que los hornos, las bandejas, las mezcladoras y las espátulas combinan con la tele: el local está por cumplir 60 años.

Probamos senbei picantes, cubiertas con azúcar mezclada con sakura y una saladas con algas. “Hoy estas pequeñas galletas -las señala- son la mayoría industrializadas, las nuestras son artesanales”, dice Yukiko orgullosa, al tiempo que nos muestra fotos de ella en el local cuando era una nena, secando arroz al aire libre o del casamiento de su madre. Yukiko habla muy bajo, tanto que el guía tiene que agudizar el oído para escucharla y traducir. Ahora nos muestra cuanto cambió el barrio con fotos blanco y negro donde hay algo que sigue intacto además del local y es que no hay un papel en la calle. Ahora masticamos tan fuerte que tapamos al comentarista del partido de baseball, solo falta una buena cerveza en lugar del té verde.

Queda una galleta salada en el plato, “mottainai” dice Yukiko, no hay que desperdiciar nada, se come hasta el final. Salimos del local al momento que entran dos chicas, clientas desde hace más 50 años que tienen más de 80 pirulos y van todas las semanas por sus galletas con algas.

Comer pez globo en Tokio

Subimos en un ascensor hasta el tercer piso de un edificio gris que está en la Sunroad, la avenida principal del barrio. “Si comés el tamaño de la cabeza de un alfiler envenenado te morís”, dice Miki mientras se ríe. La pareja de australianos se mira de manera nerviosa, nosotros le seguimos la corriente al guía hasta que nos enteramos de que el veneno de este pez redondo y de ojos saltones es 20 veces más potente que el cianuro.

En la era Edo estaba prohibido comer fugu – -pez globo en japonés- porque era una época de paz y no se podía matar a nadie, el emperador tiene prohibido comerlo, los chefs que lo preparan son de la elite del sushi y están obligados a probarlo y tienen que tener dos certificados del gobierno japonés para diseccionarlo.

Después de un plato con tempura -pescado rebozado y frito- llega el ritual del pocillo de sake con aletas de fugu. Se acerca el mozo intenta prender fuego la infusión y el encendedor falla. Si esto no funciona en Japón todo puede salir mal, pensamos mientras un dato nos tranquiliza: las aletas no tienen veneno, solo los ojos, ovarios, piel e hígado que no es poco. La adrenalina sube.

Ahora sí, la estrella del pequeño restaurante de pasillos angostos y mesas largas: doce fetas de fugu en forma de abanico con un colchón de cebollita de verdeo en el centro. Cortado como sashimis muy finos se puede ver el fondo del plato blanco. Así es como con más historia y mitos que sabor lo probamos sin pena ni gloria: su textura fibrosa es más llamativa que su sabor a nada.

A ver, la próxima vez ante la posibilidad de un último almuerzo preferiríamos una milanesa a la napolitana con fritas. Sin dudas, lo hicimos para contar la anécdota y fantasear con tener la cabeza en una guillotina y que un señor gordo y de ojos saltones juegue a bajarla.

Te invitamos a leer la primera parte del recorrido en donde probamos sushi y recorrimos un depachika.