Hay personas u objetos que se asocian a países. Si pensamos en Cuba se nos ocurren tres cosas: Fidel Castro, ron y habanos. ¿Sabían que una vez al mes en La Habana festejan el “Festival del habano”?
Después de haber disfrutado la playa turquesa de Cayo Largo por unos días, volvimos al ruedo a la capital cubana. Nos quedaban dos días y queríamos aprovecharlos al máximo. Algo impensado modificó el andar de la ciudad: había muerto Fidel Castro la noche anterior. La noche cubana estaba de luto: no había música en sus calles y era complicado conseguir bebidas alcohólicas.
Guiados por Tripadvisor comimos paella llena de mariscos en “Donde Lis” –riquísima e imposible de terminar-. Luego de la cena fuimos a dar una vuelta por la zona del Capitolio. Para llegar al Capitolio desde la Habana Vieja hay que atravesar calles oscuras, un par de avenidas y plazas concurridas. Después de cruzar el Parque Central y la avenida Martí llegamos a la explanada del Hotel Inglaterra -1875-, un edificio blanco de cuatro estrellas de estilo neoclásico arreglado en 1989 e iluminado de manera impecable.
Pararse para contemplar esa mole blanca de cuatro pisos era una buena excusa para descansar las piernas. Sobre la vereda gente que iba y venía, algunos apurados, otros más dispersos y habladores, la mayoría con ropa de colores llamativos. Todavía quedaba algo de sábado. Fue allí cuando nos interceptó un muchacho de unos 20 años, alto y moreno que oficiaba de taxista.
– ¿De Argentina?
Sí, – le dijimos.
– Maradona, Messi y El Che, esos son grandes. El único que la cagó fue Men*m, dijo con una mirada y una sonrisa picaresca.
Nos llamó la atención que conociera tanto. Carismático y entrador preguntó hacía cuánto estábamos en La Habana y dónde estábamos alojados. Le dimos el nombre del barrio y enseguida arremetió para saber el nombre del hotel. Pero allí, recordamos los consejos de la dueña de nuestro alojamiento, que se llamaba Leticia, de no dar demasiada información e inventamos que parábamos en la Casa de Irma. El muchacho afirmó con la cabeza y arremetió:
– ¿Sabían que una vez al mes en esta ciudad festejamos el “Festival del habano”?
-No – sentenciamos olfateando lo que venía, aunque todavía crédulos. -Y ustedes llegaron hoy, justo el día. Lo tienen que aprovechar.
-¿Quieren que los lleve a un local donde el precio es mucho más económico que cualquier otro día? Es directo del productor al fumador. Consigo los que fumaba Fidel, afirmó.
Ante la insistencia nos miramos, agradecimos y huimos.
Hicimos una cuadra por una peatonal bastante más iluminada que el resto de las calles y un muchacho nos saludó al pasar:
-Hey argentinos, nos conocemos de la Casa de Irma. Vayan al festival del habano, no se lo pierdan.
-¿Casa de Irma? Mmmmm, esto se estaba poniendo bueno. No habíamos hablado con gente del barrio para que nos frenara y saludara así, no había chance. Pero, cualquiera se podía equivocar de nombre. Pocos minutos después nos paraba otra chica:
-Chicos argentinos, los conozco de la Casa de Irma, voy al festival, ¿quieren venir conmigo?
No gracias. Confirmaba la sospecha. Para ese entonces, ya sabíamos que estábamos frente a una trampa caza turistas.
Alertados, seguimos deambulando sin rumbo fijo. Había pasado un rato del último contacto. Creíamos que se había terminado el arte persuasivo cubano hasta que se nos acercó el último «actor de reparto»:
-¡Hola!, los conozco de la Casa de Dilma, el nombre sufría su última distorsión.
– Si, ya sé, nos vas a hablar del «Festival del habano», le dije cortante y sin dejarlo terminar de hablar.
-Pero entonces nos dijo estoico, qué festival mi amigo si se murió Fidel, nuestro comandante.
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Nosotros en seguida avisamos que no teníamos dinero, que eramos Argentinos pobres, que no gastaran su tiempo en nosotros. Se quedaban charlando un rato y se iban. Igual, en el único lugar que nos quisieron vender algo fue en Santiago de Cuba. En La Habana, nada de nada.
Lo de la casa de Dilma me mató!